LOS RITMOS Y RUTINAS
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A través de las rutinas los niños conocen el mundo que les rodea. Para ellos todo es nuevo y desconocido. Los primeros años de vida son especialmente importantes ya que empiezan a descubrir su entorno. Los adultos que les acompañan serán los guías que muestren ese mundo por primera vez. Organizar un ambiente cálido con ritmos y en base a las rutinas diarias aporta seguridad y tranquilidad, lo que, a su vez, ayuda a los niños en la construcción de su personalidad, permitiéndoles, además, la asimilación progresiva de su propio esquema físico y psicológico, ya que todos los hábitos de alimentación y de protección son indispensables para mantener sus necesidades básicas cubiertas.
Los conceptos temporales para los niños son muy confusos. Incluso hoy en día a los adultos, por el estilo de vida que llevamos, nos resulta difícil saber qué viene antes y después y esto nos genera muchas veces ansiedad o estrés. A los niños les sucede exactamente lo mismo: están saturados de actividades que no les permiten respirar, mostrándose cada vez más inquietos e inseguros. Una adecuada organización les puede crear mucha seguridad y tranquilidad ya que los niños aprehenden que todo tiene un tiempo y un lugar. Esto les ofrece confianza en el mundo junto con la posibilidad de explorar y moverse en él de manera estable y con libertad, algo que les será muy útil para un desarrollo personal armónico.
Por las razones que acabamos de mencionar tanto los ritmos como las rutinas son momentos de oro para acompañar con poesías, retahílas, canciones o juegos de dedos. Estos aportan alegría, serenidad, a la vez que introducen la estimulación de diferentes capacidades. La primera, y más importante de ellas, es la de contacto humano a través del cual el niño no solo desarrolla valores cooperativos, sino que también reconoce que el adulto que le acompaña es fiable y cuida de él. La introducción de estos ritmos, además, puede evitar discusiones en determinados momentos como la comida, el aseo o el irse a la cama.
LAS ESTACIONES
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Las estaciones del año son fundamentales para el mantenimiento de la vida de nuestro planeta y, al integrarlas en cada individuo, lo hacemos partícipe de una sabiduría que trasciende a lo personal y que nos vincula con la otredad, proporcionando, especialmente en el niño, seguridad y facilitando una estructuración temporal que lo reconecta con el ciclo vital del que forman parte. Además, las estaciones le aportan confianza en la vida ya que experimenta que todo lo que se va regresa: después de la tormenta llega la calma, y que todo cambia o se transforma como la semilla en flor o la oruga en mariposa…pero para ello, se necesita un tiempo de cultivo, de espera, tan necesario en estos días.
El año se representa como un ciclo respiratorio de ritmo expansivo (primavera y verano) y concentración (otoño e invierno), fundamental para la vida de la tierra y de todos los que habitamos en ella, en contraste con los ritmos actuales donde cada vez encontramos menos ritmo introspectivo para tomar aire. Así, las estaciones poseen unas cualidades características, por ejemplo, la primavera es la época donde la naturaleza vibra de vida; en otoño, cada vez anochece antes, es una época de recogimiento y poco a poco se va creando un clima de mayor intimidad; el invierno, en el mundo agrícola, da comienzo al año, ya que a partir de este cambio de solsticio los días progresivamente tienen más horas de luz.
El ser humano ha estado muy vinculado a estos acontecimientos a través de diferentes actividades, cantos, bailes, poemas o fiestas que, tristemente, van desapareciendo. Aunque en esta sesión hay una pequeña muestra de algunos de ellos, sería una labor interesante indagar en cada pueblo o región ya que nuestro país es muy rico en este tipo de manifestaciones ancestrales.
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JUEGOS
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Además de los ritmos, existe un factor fundamental en la infancia y es la necesidad de movimiento y de juego, ya que como decía Emmi Pickler “todo en el niño es movimiento”. El niño al moverse toma conciencia y se adueña de su cuerpo, experimenta el espacio que le rodea y conquista el medio, ampliando así su mundo y las posibilidades de conocer y conocerse mejor. Por esto, como adultos, deberíamos proporcionar a los niños el mayor numero de experiencias rítmicas posibles. Pero no basta con que el niño se mueva; el niño, sobre todo, necesita disfrutar con el movimiento por lo que este debe tener un propósito y una dirección. A través de los juegos tradicionales, el niño conecta con este mundo rítmico que habita en él. Esto le ayuda a desarrollar el equilibrio y la armonía, proporcionándole una mayor agilidad psicología y afinamiento de la personalidad para adaptarse al medio. Estos juegos tradicionales van desde los juegos de tacto que acompañan las primeras relaciones humanas en la más tierna infancia a los juegos de palmas o comba que requieren de una destreza manual compleja incluso para el adulto.
Actualmente, los niños, pasan demasiado tiempo sentados por lo que necesitamos ayudarles a moverse, ofreciéndoles estos espacios de juego tan importantes para su desarrollo afectivo, social y emocional. ¡Además, las calles y los jardines se volverían a llenar de niños! Finalmente, querría añadir que para que cada uno de los momentos de contacto expuestos anteriormente funcionen adecuadamente han de acompañarse con una actitud interna que esté en consonancia con los ritmos que estamos implementando.